Enseñar Como una Madre y un Padre
Porque vosotros mismos sabéis, hermanos, que nuestra visita a vosotros no resultó vana; pues habiendo antes padecido y sido ultrajados en Filipos, como sabéis, tuvimos denuedo en nuestro Dios para anunciaros el evangelio de Dios en medio de gran oposición. Porque nuestra exhortación no procedió de error ni de impureza, ni fue por engaño, sino que según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio, así hablamos; no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones. Porque nunca usamos de palabras lisonjeras, como sabéis, ni encubrimos avaricia; Dios es testigo; ni buscamos gloria de los hombres; ni de vosotros, ni de otros, aunque podíamos seros carga como apóstoles de Cristo. Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos. Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no solo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos.
Porque os acordáis, hermanos, de nuestro trabajo y fatiga; cómo trabajando de noche y de día, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os predicamos el evangelio de Dios. Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes; así como también sabéis de qué modo, como el padre a sus hijos, exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros, y os encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os llamó a su reino y gloria. (1 Tesalonicenses 2:1-12, RVR 1960)
Pablo sabía que Dios les había llamado a él y a su grupo de misioneros a compartir el evangelio con los demás, pero también sabía que algunas personas podrían desconfiar de ellos, ya que pensaban que había motivos ocultos detrás de sus acciones. Su cautela estaba justificada, ya que había personas que viajaban y enseñaban buscando elogios o beneficios, descarriando a la gente y empobreciéndola en el proceso. En un intento por disipar sus preocupaciones, Pablo les invita a acordarse de su conducta y la de quienes sirvieron con él. Sus misioneros nunca buscaron aprovecharse de ellos, por el contrario; Pablo los compara a unos padres cariñosos que hacen todo lo que pueden por el bien de sus hijos. Esta descripción de Pablo me interpela maravillosamente en mi propia enseñanza.
Como una madre lactante*.* ¿Has visto cómo la madre de un bebé porta en brazos y cuida a su hijo? Sostiene suavemente al bebé donde lo necesita, lo mantiene contra ella, lo calma si llora y le proporciona lo que necesita mientras lo amamanta. En contraste con los maestros que se aprovechaban de los que enseñaban, Pablo y sus compañeros se centraron en cuidar de los creyentes de Tesalónica. Su genuino amor y afecto por la gente los llevó a «compartirse» ellos mismos con la gente, no sólo un mensaje. Su ministerio de enseñanza era un acto de amor, no una forma de obtener beneficios o alabanzas. Trabajaban duro, día y noche, para poder cubrir sus gastos y no convertirse en una carga financiera para los creyentes. Pablo llama a los creyentes a recordar la conducta de sus misioneros en su servicio ministerial en Tesalónica; hecho con motivos puros, sin haber hecho nada malo ni engañoso.
Como un padre. Pablo refuerza la imagen de la paternidad comparando la obra de sus misioneros con la forma en que los padres guían y animan a sus hijos ya que exhortaban y animaba a la gente en su camino con Dios. Los desafiaban a poner en práctica lo que estaban aprendiendo del mensaje evangélico. Y yendo aún un poco más lejos, Pablo les exhortó a modelar sus vidas de manera que reflejaran más fielmente el carácter de Dios, quien les había llamado a su Reino para su bien y para su gloria.
En estas imágenes de una madre y de un padre veo dos aspectos importantes de nuestros ministerios de enseñanza significativos para nosotros. Como la madre que amamanta, debemos ser tiernos, especialmente con los nuevos creyentes, amándolos con un amor paciente y generoso, compartiendo con ellos y cuidándolos a medida que crecen. Como un padre, debemos instarles a crecer para seguir a Dios más fielmente en su vida diaria. No basta con educarles acerca del evangelio o sobre cómo Dios quiere que vivamos los que estamos en Cristo. Lo que aprendemos debe, a su vez, repercutir en nuestras actitudes y acciones, algo que no siempre fluye automáticamente del mero conocimiento. Tenemos que desafiar a los que enseñamos a vivir inspirándose en lo que han llegado a conocer acerca de Dios y de Su llamado a nosotros como ciudadanos de Su Reino; es decir, a predicar con el ejemplo. Dado que el cambio personal suele ser difícil, debemos estar preparados para alentarles en el camino. Nuestra enseñanza debe dar cabida a este tipo de intercambio y aliento a medida que las personas buscan seguir a Dios en obediencia a Su Palabra. Se necesita tiempo para cambiar los patrones de vida, por lo que necesitamos constantemente tanto del cuidado suave, como de la exhortación firme para apoyar el crecimiento duradero.
Doy gracias a Dios por quienes, con paciencia y amor, me enseñaron las Escrituras, tanto antes como después de llegar a la fe en Cristo. Muchas personas fueron como «madres» para mí, compartieron no sólo el mensaje del evangelio, sino también a sí mismas. También he tenido muchos «padres», que me animaron y alentaron no sólo a conocer la verdad de las Escrituras, sino a vivirla a diario. Estoy agradecido por su generosidad al compartir su tiempo y sus vidas conmigo. Oro por poder hacer lo mismo por los demás.
Padre, gracias por el ejemplo de Pablo y de aquellos que sirvieron con él mientras enseñaban a los nuevos creyentes de la iglesia naciente. Gracias, también, por aquellos hombres y mujeres que no sólo me enseñaron a conocer Tu Palabra, sino también a esforzarme por vivir mi vida en agradecida obediencia a Ti, buscando parecerme más a Ti. Todos ellos,* «madres» y «*padres»; son preciosos para mí. Ayúdame a seguir sus pasos. Ayúdame para que mi enseñanza de alguna manera apoye y anime a otros a caminar de manera digna de Ti. Que así sea también para mí. Amén.