Me he Hecho de Todo, Para que de Todos Modos Salve a Algunos
Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número. Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley. Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos. Y esto hago por causa del evangelio, para hacerme copartícipe de él.
(1 Corintios 9:19-23, RVR 1960)
Una de las características de un buen profesor es la capacidad de adaptar su método de enseñanza a las necesidades de sus alumnos. Entre más se conozca a los que se les enseña, mejor se podrá determinar por dónde empezar, qué conceptos necesitan más explicación, qué métodos de enseñanza se adaptan mejor a ellos, qué puede dificultar su aprendizaje, etc. Una de las características de un gran profesor es que se preocupa lo suficiente como para adaptar su enseñanza para ayudar a sus alumnos a aprender. No basta con tener la capacidad de hacerlo, también necesitamos preocuparnos lo suficiente como para hacerlo, incluso cuando esto aumenta nuestra carga de trabajo o nos hace sentir menos seguros al enseñar. Yo tuve un profesor de estadística que trabajaba pacientemente con estudiantes que tenían fobia a las matemáticas, haciendo todo lo que podía para ayudarles a entender, con lo que marcó una gran diferencia en su aprendizaje.
Pablo se preocupaba profundamente por aquellos a los que enseñaba, tanto judíos como gentiles. Su mayor deseo era que respondieran con fe en el Evangelio y fueran salvos. Estaba dispuesto a cambiar su enfoque para satisfacer las necesidades de aquellos a los que enseñaba, teniendo en cuenta su historia, entendimiento, valores y todo lo que probablemente ayudaría a persuadirlos. Pablo estaba dispuesto a todos hacerse de todo, para de todos modos salvar a algunos. Pablo hizo todo por el bien del evangelio; para poder compartir sus bendiciones con todos, lo hizo de tal manera que hablara a los corazones de cada uno.
¿Qué te motiva a ti a dirigir un grupo de estudio bíblico? Pablo conocía el Evangelio y fue bendecido por él, y quería compartir esa bendición con otros. Ese deseo, ese amor por la gente y esa preocupación por su salvación, lo movieron a hacer todo lo que estuviera a su alcance para ayudarlos a entender las buenas nuevas de lo que Cristo había hecho por ellos. Anteriormente, en este mismo capítulo de la primera carta a los corintios, Pablo escribió que aquellos que compartían el evangelio con otros debían ser pagados por su arduo trabajo, pero él mismo no quería recibir ningún pago por sus esfuerzos pues éste era el llamado de Dios para él. Él estaba obligado a compartir las buenas nuevas con otros. No tenía ningún deseo de obtener beneficios económicos, sino que encontraba una profunda satisfacción en ayudar a los demás a comprender el Evangelio de Dios y responder a él con fe.
¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar para ayudar a alguien a entender el Evangelio? Pablo estaba dispuesto a hacer todo lo que se le ocurriera para llegar a personas de distintos orígenes. No se contentaba con utilizar el método de «la talla única», sino que adaptaba su enfoque a la luz de los antecedentes y las necesidades de sus oyentes. Cuando pienso en nuestros ministerios de enseñanza hoy en día, pienso que nos parecemos un poco a los misioneros que quieren llevar el Evangelio a una nueva comunidad. Los misioneros pasan mucho tiempo estudiando la cultura de aquellos a quienes van a servir, buscando ideas que puedan ayudarles a explicar el Evangelio de manera que la gente pueda entenderlo y recibirlo. Viven con la gente, se integran en su vida cotidiana, esforzándose por comprender cuál es la mejor manera de enseñarles, probando diferentes enfoques hasta que encuentran uno que realmente funciona. Pablo enfocó su ministerio de la misma manera, viajando y enseñando, y creo que Dios nos llama a este mismo tipo de esfuerzo.
Esto apunta a la necesidad de que nosotros, como profesores, dediquemos tiempo a conocer realmente a aquellos a quienes enseñamos. Cuanto mejor conozcamos sus antecedentes, su conocimiento de la Biblia y sus influencias culturales, mejor podremos adaptar nuestra enseñanza para que sea más eficaz a la hora de ayudarles a aprender y a responder a Dios con fe. No sólo enseñamos lecciones bíblicas, enseñamos también a la gente, y como Pablo, debemos amar a nuestra gente lo suficiente como para conocerla y aprender a enseñarle correctamente.
¿Cómo haces tú para conocer a tus alumnos y discernir lo que sí les ayuda a aprender? Este tipo de discernimiento requiere una inversión de tiempo importante. Con tantas otras actividades que exigen de nuestro tiempo, sólo nuestro amor por los demás y nuestro deseo de compartir con ellos las bendiciones del Evangelio nos moverán a dedicarles el tiempo que necesitamos para conocerlos bien. Oremos para que tú llegues a sentir el mismo amor por los demás que sintió Pablo y que lo motivó a hacer todo lo que estaba a su alcance para que acogieran el Evangelio.
Padre, gracias por llegar hasta mí allí donde estoy, ayudándome a comprender el mensaje del Evangelio y a responderle. Gracias por el ejemplo de Pablo. Haz que su amor por los demás sea también el mío. Cuando enseñe a otros, mueve mi corazón hasta el punto de que haga todo lo que esté en mis manos para ayudarles a conocer Tu mensaje del Evangelio, y que Tú muevas los corazones de quienes me escuchan para que respondan con fe, de modo que yo pueda tener la alegría de compartir con ellos las bendiciones del Evangelio. Amén.