Conocimiento, Orgullo y Preocupación por los Demás

En cuanto a lo sacrificado a los ídolos, sabemos que todos tenemos conocimiento.El conocimiento envanece, pero el amor edifica. Y si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo. Pero si alguno ama a Dios, es conocido por él. 
Acerca, pues, de las viandas que se sacrifican a los ídolos, sabemos que un ídolo nada es en el mundo, y que no hay más que un Dios. Pues aunque haya algunos que se llamen dioses, sea en el cielo, o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores), para nosotros, sin embargo, solo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él. 
Pero no en todos hay este conocimiento; porque algunos, habituados hasta aquí a los ídolos, comen como sacrificado a ídolos, y su conciencia, siendo débil, se contamina. Si bien la vianda no nos hace más aceptos ante Dios; pues ni porque comamos, seremos más, ni porque no comamos, seremos menos. Pero mirad que esta libertad vuestra no venga a ser tropezadero para los débiles. Porque si alguno te ve a ti, que tienes conocimiento, sentado a la mesa en un lugar de ídolos, la conciencia de aquel que es débil, ¿no será estimulada a comer de lo sacrificado a los ídolos? Y por el conocimiento tuyo, se perderá el hermano débil por quien Cristo murió. De esta manera, pues, pecando contra los hermanos e hiriendo su débil conciencia, contra Cristo pecáis. Por lo cual, si la comida le es a mi hermano ocasión de caer, no comeré carne jamás, para no poner tropiezo a mi hermano.
(1 Corintios 8:1-13, RVR 1960)

Al leer la primera parte de este pasaje, recuerdo una poderosa advertencia que leí hace muchos años de J. I. Packer en su libro clásico, Hacia el conocimiento de Dios [Knowing God] Ed. Logoi, 1970, p. 7):

[…] debemos detenernos, antes de comenzar el ascenso de la montaña, para hacernos una pregunta sumamente importante; pregunta que, ciertamente, siempre deberíamos hacernos cada vez que comenzamos cualquier tipo de estudio del Santo Libro de Dios. La pregunta se relaciona con nuestros propios motivos e intenciones al encarar el estudio. Necesitamos preguntarnos: ¿Cuál es mi meta última, mi propósito, al dedicarme a pensar en estas cosas? ¿Qué es lo que pienso hacer con mi conocimiento acerca de Dios, una vez que lo haya adquirido? Porque el hecho que tenemos que enfrentar es el siguiente: que si buscamos el conocimiento teológico por lo que es en sí mismo, terminará por resultarnos contraproducente. Nos hará orgullosos y engreídos. La misma grandeza del tema nos intoxicará, y tenderemos a sentirnos superiores a los demás cristianos, en razón del interés que hemos demostrado en él y de nuestra comprensión del mismo; tenderemos a despreciar a las personas cuyas ideas teológicas nos parezcan toscas e inadecuadas, y a despacharlas como elementos de muy poco valor. Porque como les dijo Pablo a los ensoberbecidos Corintios: «El conocimiento envanece […] Y si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo» (I Cor 8: 1-2). Si adquirir conocimientos teológicos es un fin en sí mismo, si estudiar la Biblia no representa un motivo más elevado que el deseo de saber todas las respuestas, entonces nos veremos encaminados directamente a un estado de engreimiento y autoengaño. Debemos cuidar nuestro corazón a fin de no abrigar una actitud semejante, y orar para que ello no ocurra.

El orgullo es un peligro muy real para mí cuando estudio la Biblia y cuando dirijo estudios bíblicos. El antídoto contra el orgullo es el amor. Sólo cuando amo a Dios y amo a los que enseño soy capaz de permanecer centrado en la bondad y la gracia de Dios y de alabarle por el mensaje del Evangelio que recibimos y estudiamos con gratitud. Pablo también afirma que si amamos a Dios, somos conocidos por Él, ¡y ser conocido por Dios es mucho más precioso que mi limitado conocimiento de Él! Siempre debería encontrar más satisfacción en el conocimiento que Dios tiene de mí que en mi conocimiento de Él. Tú también, dedica tiempo a agradecer a Dios su amor por ti y su conocimiento de ti.

Más adelante en el pasaje, Pablo advierte sobre cómo debemos utilizar nuestros conocimientos. Debemos asegurarnos de que, en nuestra mayor comprensión y sentido de libertad sobre alguna cuestión, no hagamos que nuestros hermanos y hermanas, que quizá aún no entiendan una verdad importante, actúen en contra de su conciencia. Violar sus conciencias puede llevarles más lejos en la tentación. Una vez más, el principio rector de la vida no está sólo en el conocimiento que tenemos, sino en el amor que debemos mostrar a nuestros hermanos y hermanas en Cristo, preocupándonos por ellos más que por nuestra propia libertad. Pablo dice que cuando insistimos en nuestros propios derechos y libertades, haciendo que un hermano o hermana tropiece en su sentido de obediencia a Dios, pecamos contra Cristo. ¡Que Dios nos proteja de esto! Que amemos a nuestros hermanos y hermanas más que a nuestro conocimiento y libertad personal. Para alguien criado en una cultura occidental que promueve los derechos del individuo, esto es un reto, y debo pedir ayuda a Dios para hacerlo. Mi amor por los demás debe crecer, y mi orgullo por el conocimiento debe disminuir. Oro para que tú también, hermano, persigas estos mismos objetivos conmigo.

Padre, estoy tan agradecido por Tu amor y Tu conocimiento de mí. Tú conoces mis defectos, mis tentaciones de orgullo, mi débil amor por mis hermanos y hermanas en Cristo. A medida que aprendo más sobre Tu asombroso Evangelio y la libertad que tengo en Cristo, ayúdame a usar esa libertad como una forma de amar a los demás, no insistiendo en mis propios derechos y libertades. No importa cuánto conocimiento adquiera de tu Palabra y de Tu carácter, ayúdame a que mi amor por ti y por los demás sea la fuerza que controle cómo utilizo ese conocimiento. Ayúdame a no pecar contra ti a causa de mi insensato orgullo. Por favor, perdóname cuando lo haga y enséñame a amar mejor. Amén.

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