Dios, Nuestro Maestro
Muéstrame, oh Jehová, tus caminos;
Enséñame tus sendas.
Encamíname en tu verdad, y enséñame,
Porque tú eres el Dios de mi salvación;
En ti he esperado todo el día.
Acuérdate, oh Jehová, de tus piedades y de tus misericordias,
Que son perpetuas.
De los pecados de mi juventud, y de mis rebeliones, no te acuerdes;
Conforme a tu misericordia acuérdate de mí,
Por tu bondad, oh Jehová.
Bueno y recto es Jehová;
Por tanto, él enseñará a los pecadores el camino.
Encaminará a los humildes por el juicio,
Y enseñará a los mansos su carrera.
Todas las sendas de Jehová son misericordia y verdad,
Para los que guardan su pacto y sus testimonios.
(Salmo 25:4-10, RVR 1960)
Las Escrituras describen a Dios de muchas maneras diferentes, revelando distintos aspectos de su carácter y de su relación con nosotros. Las imágenes de Dios como pastor, padre, esposo, rey, juez y redentor son todas comunes, y apreciamos cómo Dios se relaciona con nosotros de esas maneras. En este salmo, y en otros, David reflexiona sobre Dios como su Maestro. Es una imagen hermosa, y hay mucho que necesito aprender de ella.
En primer lugar, me encanta cómo David se acerca a Dios y le pide que le enseñe. David reconoce y confiesa que su conducta pasada fue equivocada, y pide a Dios que, por Su amor inquebrantable, tenga misericordia de él y le enseñe “[Sus] caminos”. Agradece la generosa naturaleza de Dios y expresa su confianza en que Dios le enseñará a él, pecador, Su camino. Dios no es un mero juez que nos examina y nos encuentra deficientes, sino que está deseoso de enseñarnos lo que es correcto y guiarnos a un modo de vida mejor. Cuando me preparo para enseñar o dirigir un grupo de estudio bíblico, me resulta provechoso confesar mis fallos ante Dios y recurrir a su amor inquebrantable mostrado en la muerte y resurrección de Cristo por mí. Mis fracasos pasados no tienen por qué ser un obstáculo para mi aprendizaje en el presente, y esto es válido también para aquellos a quienes enseñamos. Es bueno que dediquemos tiempo a la oración, confesando nuestros fallos y expresando nuestro deseo de aprender a hacerlo mejor.
También me llama la atención que una pizca de humildad sea la base del aprendizaje. ¿Has intentado alguna vez enseñar a alguien que pensaba que ya lo sabía todo? Saben lo difícil que es y lo poco que se avanza hasta que el alumno reconoce que en realidad no sabe todo lo que necesita saber. Esto es cierto para mí y para todos nosotros. Sólo cuando reconozco una necesidad me abro a aprender. David sabe lo suficiente como para reconocer que ha fracasado, y que su única esperanza reside en un Dios paciente y amoroso que olvide sus fallos y le guíe hacia lo que es correcto. Nosotros también tenemos que empezar por ahí en nuestra propia relación con Dios. Debemos acudir a Él como a nuestro sabio y amoroso maestro, reconociendo que Él sabe más que nosotros y que es capaz de enseñarnos Sus caminos. Una buena dosis de humildad hace posible el aprendizaje. Necesitamos orar por esto, no sólo por nosotros mismos, sino por todos aquellos a los que enseñamos. A medida que aprendo de Dios y lo encuentro transformando mi propia vida, sólo entonces tengo algo significativo que compartir con aquellos a quienes guío en el estudio de la Biblia. Cuando aquellos a quienes enseño reconocen su necesidad de aprender y la capacidad de Dios para enseñarles a través de Su Palabra, sólo entonces están verdaderamente abiertos a la obra transformadora de Dios en ellos. Todo comienza con humildad.
David reconoce que el Señor es el Dios de su salvación, pero quiere más que eso. Quiere que Dios sea su maestro, que lo guíe por el buen camino de la vida. David confía en que Dios está preparado y dispuesto a instruirle porque es bondadoso, por su amor inquebrantable y su fidelidad a su pueblo. ¿Y tú? ¿Estás ansioso de que Dios te enseñe y te guíe en sus caminos? Si es así, hay esperanza para tu propio crecimiento gracias al amor inquebrantable de Dios por ti, y hay esperanza de que puedas ser un buen maestro, porque serás un ejemplo vivo de alguien deseoso de aprender de Dios.
Vuelvo a este pasaje una y otra vez, y te animo a que hagas lo mismo. Todos necesitamos que se nos recuerde quién es Dios, Su naturaleza y nuestra necesidad de un Salvador que nos enseñe y nos guíe por un camino mejor. Demos gracias a Dios por su amor inquebrantable y su fidelidad, y mantengamos un corazón humilde.
Señor, gracias por Tu salvación por la gracia mediante la fe en la obra consumada de Jesucristo en nuestro favor. Gracias por Tu amor inquebrantable y Tu fidelidad, y por Tu paciencia con mi lento crecimiento. Por favor, nunca dejes de enseñarme y guiarme en Tu camino. Ayúdame a mantener un corazón abierto y humilde, dispuesto a aprender de Ti y a seguirte cuando me guíes. Que mi propia enseñanza refleje una medida de Tu paciente amor por mí, y que yo sea ejemplo de lo que es un humilde aprendiz, compartiendo lo que he aprendido de Ti con los demás y animándoles a seguirte. Amén.