El Gozo de Jehová es Vuestra Fuerza

Y se juntó todo el pueblo como un solo hombre en la plaza que está delante de la puerta de las Aguas, y dijeron a Esdras el escriba que trajese el libro de la ley de Moisés, la cual Jehová había dado a Israel. Y el sacerdote Esdras trajo la ley delante de la congregación, así de hombres como de mujeres y de todos los que podían entender, el primer día del mes séptimo. Y leyó en el libro delante de la plaza que está delante de la puerta de las Aguas, desde el alba hasta el mediodía, en presencia de hombres y mujeres y de todos los que podían entender; y los oídos de todo el pueblo estaban atentos al libro de la ley … Abrió, pues, Esdras el libro a ojos de todo el pueblo, porque estaba más alto que todo el pueblo; y cuando lo abrió, todo el pueblo estuvo atento. Bendijo entonces Esdras a Jehová, Dios grande. Y todo el pueblo respondió: ¡Amén! ¡Amén! alzando sus manos; y se humillaron y adoraron a Jehová inclinados a tierra. Y los levitas Jesúa, Bani, Serebías, Jamín, Acub, Sabetai, Hodías, Maasías, Kelita, Azarías, Jozabed, Hanán y Pelaía, hacían entender al pueblo la ley; y el pueblo estaba atento en su lugar. Y leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sentido, de modo que entendiesen la lectura. 

Y Nehemías el gobernador, y el sacerdote Esdras, escriba, y los levitas que hacían entender al pueblo, dijeron a todo el pueblo: Día santo es a Jehová nuestro Dios; no os entristezcáis, ni lloréis; porque todo el pueblo lloraba oyendo las palabras de la ley. Luego les dijo: Id, comed grosuras, y bebed vino dulce, y enviad porciones a los que no tienen nada preparado; porque día santo es a nuestro Señor; no os entristezcáis, porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza. Los levitas, pues, hacían callar a todo el pueblo, diciendo: Callad, porque es día santo, y no os entristezcáis. Y todo el pueblo se fue a comer y a beber, y a obsequiar porciones, y a gozar de grande alegría, porque habían entendido las palabras que les habían enseñado. (Nehemias 8:1-3, 5-12, RVR 1960)

¿Alguna vez has leído un pasaje de las Escrituras que ha conmovido tanto tu corazón que se te han llenado los ojos de lágrimas? O, ¿alguna vez has estado en un servicio de alabanza y la letra de una canción hizo que tus ojos se nublaran? A mí sí me ha sucedido. A veces, cuando reflexionamos sobre el mensaje de las Escrituras, esa es la respuesta más adecuada que podemos tener. Pueden ser lágrimas de tristeza o de alegría. En cualquier caso, involucrar a nuestros corazones es una parte importante del proceso de aprendizaje y crecimiento.

Aquí, en el libro de Nehemías, el pueblo de Israel ha terminado por fin la reconstrucción de las murallas de la ciudad. Ha sido un proceso largo y duro, con muchos desafíos y amenazas provenientes de las comunidades vecinas. Pero el trabajo más pesado ya está hecho y tienen mucho que celebrar. Pero Nehemías y Esdras no piensan en organizar una fiesta; ellos saben que aún queda mucho por hacer. No basta con haber reconstruido los muros o el templo. La mayor preocupación de Dios es el corazón de su pueblo. Hay que trabajar para reconstruir su relación de alianza y esto comienza con la lectura de la Palabra de Dios.

Me encanta leer este pasaje y ver cómo el pueblo se reunió para la lectura del Libro de la Ley. Era la primera vez en generaciones que esto ocurría, y todos querían estar allí. No sólo estaban allí los adultos (hombres y mujeres), sino también los niños mayores («todos los que podían entender»). Mientras Esdras leía para el pueblo, algunos levitas se turnaban para explicar lo leído, de modo que todos pudieran entender su significado. No se trataba sólo de una lectura ceremonial, sino de un momento de instrucción para que la Palabra de Dios se entendiera con claridad. Cuando vemos el impacto que tuvo la lectura en la asamblea, constatamos claramente que este método funcionó: «Porque todo el pueblo lloraba oyendo las palabras de la Ley».

En algunas ocasiones, las Escrituras que enseñamos conmueven nuestro corazón, y nos entristecemos porque reconocemos nuestros fallos y nuestro pecado. Esto es justamente lo que sucedió cuando Esdras y los levitas leyeron y explicaron las Escrituras al pueblo. Sus lágrimas fueron una respuesta adecuada, dado lo lejos que el pueblo se había apartado de la ley de Dios. Sin embargo, Nehemías, Esdras y los levitas no se limitaron a recriminarles, dejándoles con su sentimiento de culpa. Más bien, ofrecieron esperanza y aliento al pueblo. Ese día, los enviaron a casa a festejar, asegurándoles que «el gozo de Jehová es vuestra fuerza». Al día siguiente, empezaron a celebrar la Fiesta de los Tabernáculos, que conmemoraba la provisión de Dios para su pueblo en los años que erraron por el desierto antes de llegar a la Tierra Prometida, y siguieron leyendo el Libro de la Ley (Nehemías 8:13-18). Todo ello desembocó en un día de arrepentimiento y reafirmación de su relación de alianza con Dios (Nehemías 9). Lo que comenzó con un desconsolado dolor terminó en arrepentimiento y renovación de su camino con Dios.

La Palabra de Dios no sólo está destinada a agitar nuestro pensamiento; al reflexionar sobre ella, también debe agitar nuestro corazón. Pablo tuvo una experiencia similar cuando los corintios leyeron una de sus cartas y se entristecieron. En 2 Corintios 7:9, escribió: «Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento». Cuando enseñes, prepárate tanto para explicar la ley de Dios, que señala nuestros pecados, como la esperanza que tenemos en el evangelio de Jesucristo. El dolor y la tristeza pueden ser algo bueno, si nos llevan a arrepentirnos y a renovar nuestro caminar con Dios. Por desagradables que puedan ser las luchas, a veces son exactamente lo que necesitamos.

Padre, gracias por Tu amor inquebrantable, por Tu paciencia cuando apelas a mí a través de Tu Palabra para que reconozca dónde me he desviado de lo que Tú deseas. Ayúdame a enseñar y guiar a otros para que comprendan mejor Tu Palabra. Que Tu Espíritu Santo le señale mis pecados a mi corazón cuando sea necesario. Ayúdame a apenarme por mis pecados y a acudir a Ti en busca de perdón y renovación. Gracias porque Tu alegría es mi fuerza, y porque mi dolor puede dar paso a la alegría si recibo Tu gracia en y por Cristo Jesús. Te alabo por el consuelo de Tu amor inquebrantable por mí. Amén.

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