La Ley de Dios Escrita en Nuestros Corazones

«He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado.»

(Jeremias 31:31-34, RVR 1960)

Este pasaje ofrece una hermosa imagen de la amorosa constancia de Dios con su pueblo elegido y de su persistente fidelidad a su pacto con ellos, a pesar de que ellos lo habían roto. Dios reconoce su infidelidad, pero continúa describiendo un futuro mejor, en el que Su ley ya no es algo externo que hay que aprender y obedecer, sino una realidad interna y una influencia que forma su comportamiento.

Uno de mis queridos colegas, ya fallecido, era Robert Saucy. Fue profesor de teología en mi seminario durante casi cincuenta años. Durante la mayor parte de la última década de su vida trabajó en su último libro, Minding the Heart: The Way of Spiritual Transformation (Kregel, 2013). Este libro ofrece una teología bíblica del corazón y explica cómo se produce el crecimiento y la transformación espiritual. Durante los años que trabajamos en el seminario, a menudo me encontraba con él en el campus y hablaba con él sobre este proyecto, y compartía lo ansioso que estaba por leerlo una vez que lo terminara. Había hablado con él lo suficiente como para comprender que, en la Biblia, el corazón nos representa como personas completas. Incluye aspectos de los que somos conscientes, así como aspectos ocultos que sólo Dios conoce. El corazón es el centro de nuestros pensamientos y emociones, y es donde Dios trabaja para transformarnos. Me encanta su libro y estoy muy agradecido por el tiempo que él consagró a este proyecto.

Cuando Dios habla a través de Jeremías describiendo el nuevo pacto que va a hacer con su pueblo en el futuro, se centra en cómo la relación de su pueblo con Él y con la Ley será diferente. Dios mismo escribirá su ley en sus corazones, haciendo de la Ley una guía interna, algo con poder para modelar sus actitudes y acciones. Además, todos conocerán a Dios y no necesitarán que se les enseñe acerca de Él. Ahora bien, nosotros, como líderes de estudios bíblicos, ¡anhelamos esto! Queremos enseñar la Biblia de manera que Dios pueda usarla para inspirar a la persona interior, al corazón de aquellos a quienes enseñamos, para que la Palabra de Dios se convierta en una fuerza poderosa en sus vidas. «En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti», dice el salmista (Salmo 119:11). Además, queremos que aquellos a quienes enseñamos lleguen a conocer a Dios mismo, no sólo su Ley. Queremos que conozcan a Dios como justo y como amoroso, misericordioso y clemente; que Él es capaz y está dispuesto a perdonar sus pecados y que no se aferra a sus fracasos, sino que ya no se acuerda de sus pecados.

Cuando Jesús celebró la cena de la Pascua con sus discípulos, tomó la copa y dijo: «Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados» (Mateo 26:28). Jesús estaba cumpliendo la promesa hecha en el libro de Jeremías, señalando el comienzo de esta nueva alianza, basada en Su muerte en nuestro favor, para que nuestros pecados fueran perdonados. Además, al enviar al Espíritu Santo para que habite en aquellos que han depositado su fe en Él, Él obra poderosamente dentro de nosotros para que seamos capaces de apropiarnos las Escrituras e infundirla en nuestros corazones. Ruego al Señor para que el Espíritu Santo tome las Escrituras que estudiamos y las use para producir una transformación de nuestros corazones que nos lleve a un mayor conocimiento, amor y obediencia a Dios. Reconozco mi propia necesidad de una transformación continua de mi corazón y anhelo ver que esto suceda con aquellos a quienes enseño.

Vivimos en el reino del «ya, pero todavía no». Dios ha llevado a cabo su nuevo pacto con todos aquellos que ponen su fe en Cristo. Su obra transformadora ha comenzado en nuestros corazones, pero aún no se ha completado. Por esta razón dirigimos estudios bíblicos; para que Dios pueda escribir su palabra contenida en las Escrituras más y más profundamente en nuestros corazones, para que lo que emane de nuestras vidas sea el reflejo de nuestro creciente conocimiento de Él, amor por Él y obediencia a Él. Algún día, cuando Cristo regrese, se acabará la necesidad de nuestros esfuerzos de enseñanza. Seremos como Cristo porque Él completará su obra transformadora en nosotros y todos conoceremos a Dios plenamente y no necesitaremos que se nos enseñe acerca de Él. Hasta ese día, continuaremos a guiar estudios bíblicos y oraremos para que el Espíritu Santo continúe Su obra transformadora. Gracias por tu esfuerzo y trabajo guiando a otros en el estudio de la Palabra de Dios. Que Dios use tu enseñanza de manera poderosa a través de Su Espíritu.

Padre, anhelo el día en que mi propio corazón refleje Tu poder transformador para convertirme en un hijo más fiel. Ayúdame a estar abierto a la obra de Tu Espíritu en mi corazón, y mueve a los que enseño a hacer lo mismo. Te ofrezco esta oración, atribuida a San Ricardo, Obispo de Chichester, Inglaterra (1197-1253) como mi propio deseo también:

Thanks be to you, our Lord Jesus Christ,

for all the benefits which you have given us,

for all the pains and insults which you have borne for us.

Most merciful Redeemer, Friend and Brother,

may we know you more clearly,

love you more dearly,

and follow you more nearly,

day by day. Amen.

[Gracias te sean dadas, Señor Jesucristo, por todos los beneficios que nos has concedido, por todos los dolores y afrentas que has llevado por nosotros.

Oh, misericordioso Redentor, Amigo y Hermano, que podamos conocerte con mayor claridad, amarte más cariñosamente, y seguirte más de cerca, día tras día. Amén.]

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