LOS COLABORADORES DE DIOS

De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales? 

¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor. Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento. Y el que planta y el que riega son una misma cosa; aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor. Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios. (1 Corintios 3:1-9, RVR 1960)

Yo crecí viendo partidos de fútbol universitario y profesional por televisión (fútbol americano, no fútbol soccer). Mis amigos me preguntan a menudo cuál es mi equipo, y tengo que confesar que, aunque soy aficionado a seguir a algunos equipos, no soy fiel a ninguno en particular. Me gusta ver un buen partido y que los equipos den lo mejor de sí mismos. En cambio, tengo un amigo en mi iglesia que ha sido seguidor de los Delfines de Miami toda su vida, y ése es el equipo al que sigue y por el que siente afecto. Jamás se le ocurriría animar a otro equipo que juega en contra de su equipo. Admiro su lealtad. Aunque creo que puede ser divertido tener un equipo favorito y animarlo durante toda la temporada, nunca he tenido un compromiso tan profundo con ningún equipo. Me gusta poder animar a distintos equipos en distintas ocasiones. La lealtad de equipo en los deportes puede ser divertida, pero, a veces, hasta puede llegar a crear problemas en el ministerio de la iglesia.

En este pasaje de la carta a la iglesia de Corinto, Pablo reprende a sus hermanos y hermanas en Cristo por su inmadurez espiritual, demostrada por los celos y las disputas sobre a qué maestro dicen seguir. Parece que muchos de ellos tenían maestros favoritos, (citando con cierto orgullo: yo sigo a tal o cual), y apoyando a quien pensaban que debía ganar el título del mejor maestro. Desde su punto de vista, la lealtad a un maestro era natural, pero a la larga creaba conflicto y desunión en la iglesia, ya que cada persona defendía a su maestro favorito, y era crítico con los maestros de los demás. Pablo cuestiona enérgicamente este pensamiento partidista, señalando que los maestros así proclamados, Apolo y Pablo, son simplemente miembros del mismo equipo, colaboradores Dios. Asimismo, señala que es Dios quien produce el crecimiento y no los que enseñan su palabra. En última instancia, Dios es nuestro maestro y debemos estar agradecidos por todos aquellos que nos han enseñado de tal manera que nos han abierto a la obra continua y transformadora de Dios.

En mi seminario, nuestra revista de exalumnos, Sundoulos, me recuerda a las muchas personas que, como «siervos colegas», sirven a Dios a través de los diferentes ministerios que Él les ha encomendado. Esto me ayuda a recordar que no soy más que una pequeña parte del esfuerzo ministerial de Dios, que es mucho mayor, y que aunque nuestras funciones puedan variar, todos servimos en el mismo equipo. En lugar de compararme a mí mismo y a mi ministerio con los demás, simplemente tengo que animar a los demás celebrando cómo Dios les está utilizando para fortalecer y edificar la iglesia. No hay espacio para lealtades partidistas que podrían hacernos criticar injustamente a otros líderes ministeriales u olvidar que es Dios quien da el crecimiento en todos nuestros ministerios. Yo puedo plantar una semilla, o puedo regar la semilla que alguien más plantó, pero es Dios quien da el crecimiento.

A veces, puede suceder que alguien me diga: «Me gustó mucho el estudio de hoy», o «Me ha gustado mucho tu sermón de hoy». Siempre es agradable recibir comentarios positivos sobre mi enseñanza, y me siento agradecido por esas palabras de aliento. Ocasionalmente, alguien puede comparar mi enseñanza o predicación con la de otra persona, diciendo que le gusta algo que yo hago mejor que la otra persona. Cuando esto sucede, tengo que evitar la tentación del orgullo y, en su lugar, hacer todo lo posible por respaldar la enseñanza o la predicación de la persona con la que me comparan y desviar la atención hacia lo maravillosa que es la Palabra de Dios y cómo Él es quien, en última instancia, nos enseña y nos ayuda a crecer. Pido a Dios que me ayude a hacer esto correctamente, y que logre evitar contribuir a cualquier lealtad partidista que pueda surgir dentro de mi entorno ministerial.

Como dije al principio, no soy aficionado fiel de ningún equipo de fútbol, pero me encanta ver un buen partido en el que todos dan lo mejor de sí mismos. Necesito la ayuda de Dios para traer ese mismo espíritu a la iglesia, y necesito celebrar la excelente enseñanza de otros, regocijándome en cómo Dios los usa para ayudar a otros a crecer en madurez. Que Dios me ayude a ser un buen compañero de equipo.

Padre, estoy muy agradecido por los ministerios de enseñanza de mis hermanos y hermanas en Cristo. Me he beneficiado de la enseñanza de numerosas personas, y estoy agradecido de que me permitas ser un consiervo, un compañero de equipo de otros en la enseñanza de Tu Palabra a los demás. Por favor, ayúdame a contribuir a la unidad de Tu iglesia, edificando a otros y celebrando sus excelentes ministerios de enseñanza. Gracias porque eres Tú quien produce el crecimiento espiritual al renovar nuestros corazones. Que toda la alabanza y la gloria sean para Ti. Amén.

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