Muestra Integridad en Tu Enseñanza
Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina… . presentándote tú en todo como ejemplo de buenas obras; en la enseñanza mostrando integridad, seriedad, palabra sana e irreprochable, de modo que el adversario se avergüence, y no tenga nada malo que decir de vosotros. (Tito 2:1, 7-8, RVR 1960)
Vivimos en una época en la que cada palabra ociosa compartida en las redes sociales o en un correo electrónico puede volverse en nuestra contra. Las carreras de muchos políticos y artistas famosos se han visto arruinadas por algo que escribieron en un momento de arrebato o que compartieron con un amigo en lo que pensaban que era una conversación privada. Cuando sus comentarios se hicieron públicos, recibieron una rápida condena por sus palabras y las actitudes que se escondían tras ellas, estropeando por completo imágenes públicas cuidadosamente cultivadas. En algunos casos, algunas declaraciones de arrepentimiento y contrición bastaron para salvar su estatus hasta cierto punto, pero en otros casos su reputación quedó arruinada y estas personas han desaparecido de la luz pública. Pablo, aunque vivió antes de la era de Internet, conocía el impacto negativo potencial de nuestras palabras, y nos advierte que seamos cuidadosos tanto con lo que hacemos como con lo que decimos.
En esta epístola pastoral, Pablo exhorta e instruye a Tito sobre cómo responder a los falsos maestros que molestan a los miembros de la Iglesia. En el capítulo anterior, Pablo condena sus enseñanzas, sus acciones y sus motivaciones egoístas. Aquí, Pablo se dirige a Tito y se concentra en él y en su ministerio de enseñanza, ofreciéndole un consejo intemporal, que se aplica a todos los que enseñamos o dirigimos estudios bíblicos hoy en día; centrándose específicamente tanto en lo que dice como en lo que hace Tito. Ambos aspectos son importantes para el buen nombre del Evangelio.
Está claro que el contenido de lo que enseñamos importa. A diferencia de los mitos y falsos mandamientos que otros enseñaban y se oponen al mensaje del Evangelio, Tito debe enseñar lo que sea conforme con la sana doctrina. Hemos recibido un mensaje inamovible en las Escrituras, y debemos compartirlo con otros. No tenemos la libertad de inventar nuestra propia doctrina para que pueda ser popular o fácilmente aceptada por aquellos a quienes enseñamos. Como Pablo escribió en Tito 1:9 acerca de cómo debía ser cada uno de los ancianos de la iglesia: «retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen». Actualmente, con tantas enseñanzas conflictivas, tan fácilmente disponibles en Internet, los que dirigimos estudios bíblicos debemos estar preparados para enseñar la Palabra que es digna de confianza, y para increpar a los que la contradicen.
Pero, más allá del contenido de nuestra enseñanza, tiene gran importancia cómo nos comportamos y cómo enseñamos a los demás. Una de las formas más fáciles de desacreditar la enseñanza de alguien es desacreditar a su persona. Si se destruye la reputación de una persona, muy pocos encontrarán creíble lo que ésta diga. Pablo sabe que los enemigos del evangelio buscan oportunidades para criticar a los que lo enseñan. Si los detractores de Tito pueden encontrar cualquier excusa para denunciarlo públicamente por cosas que ha hecho o dicho, lo utilizarán en su beneficio. Por eso, Pablo insta a Tito a ser un ejemplo de buenas obras, y no un hipócrita (que vive de manera disconforme a lo que enseña). También lo insta a mostrar integridad en su enseñanza; a ser coherente entre el mensaje que enseña y en cómo lo vive él mismo, a lo largo del tiempo. La enseñanza de Tito también debe ser «seria» en el sentido de que enfatice el peso o la gravedad de su instrucción, sin ser frívolo o apático. Además, debe escoger con cuidado sus palabras para que sus oponentes no puedan aferrarse a algo que diga y usarlo para criticarlo públicamente. Pablo conoce por experiencia la importancia de estas cuestiones, y quiere ayudar a Tito a evitar tales desafíos y a disfrutar de un fructífero ministerio de enseñanza. A nosotros, hoy, nos haría mucho bien el seguir también el consejo de Pablo.
Como dije al principio, dado que muchos de nosotros utilizamos habitualmente las redes sociales, debemos tener especial cuidado con la forma en que expresamos y compartimos nuestras perspectivas y opiniones con los demás. Aunque publiquemos algo dirigido a una persona en particular o a un grupo cerrado, nada de lo que digamos es realmente privado. Nuestra respuesta a una persona puede ser compartida con otras, algunas de las cuales estarán encantadas de poder criticarnos, condenarnos o, si tienen la oportunidad, ridiculizarnos públicamente. Debemos reflexionar detenidamente antes de escribir. Santiago señala que los que enseñan serán juzgados con mayor severidad, y habla del reto de «frenar la lengua» y advierte del daño que puede causar cuando no la controlamos (Santiago 3:1-12). No sé tú, pero yo, al considerar la exhortación de Pablo, reconozco que, para hacerlo bien, necesitaré la ayuda de Dios. Es tan fácil hacer un comentario sarcástico, escribir de manera exagerada para sentirse más convincente, o escribir algo de lo que luego nos arrepentimos cuando, por ejemplo, nos sentimos decepcionados por alguien. Por eso, pido a Dios que me ayude a frenar mi lengua, para que lo que diga a los demás no se convierta en una razón para que algunos me desestimen y, por lo tanto, desacrediten las verdades que enseño.
Aunque debemos tener cuidado con lo que decimos a los demás, estoy agradecido de que podamos hablar con Dios de manera más abierta y espontánea. No tengo por qué temer que si le digo algo con cierta apatía, o de forma egoísta u orgullosa, Dios me rechace. En lugar de eso, debido a Su amor inquebrantable por mí, Él me escucha y envía a su Espíritu Santo para confrontarme y reprenderme en lo que sea necesario, y trabajar en mí para cambiar la actitud de mi corazón. A diferencia de Internet, Él no guarda ningún registro de mis tropiezos o pecados.
Como escribió el Salmista:
Porque como la altura de los cielos sobre la tierra,
Engrandeció su misericordia sobre los que le temen.
Cuanto está lejos el oriente del occidente,
Hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones. (Salmo 103:11-12, RVR 1960)
Estoy infinitamente agradecido por la gracia y la misericordia de Dios, por Su oído atento, y Su obra paciente para transformarme a la imagen de Cristo.
Padre, te pido que me ayudes a crecer en integridad para que mis acciones y palabras sean reflejo fiel de lo que enseño. No quiero desacreditar Tu mensaje evangélico con nada de lo que digo o hago, pero sé que si no tengo cuidado, lo que digo a los demás puede convertirse en una excusa para desestimar Tus enseñanzas. Ayúdame a frenar mi lengua y a transformar mi corazón para que mis conversaciones sean reflejo de Tu gracia y Tu amor por mí y por los demás. Amén.